Irónicamente se dice que las casas de Leitza no se miran entre sí y que parecen amantes enfadados… En las calles de Leitza no existe la simetría. Caminando por ellas se pueden apreciar distintos tipos de edificios y lugares con un encanto especial.
En el noroeste navarro, en un ensanchamiento del valle de Leitzaran, atravesada por la vía verde del Plazaola y rodeada de montañas se extiende esta villa formada por barrios que abrazan diversos caseríos diseminados. En el entorno abundan verdes prados donde pastan ovejas y vacas, huertas cuidadas, caudalosos ríos o bosques tupidos. El resultado es un bello lienzo que resume la idiosincrasia de este valle dominado por el clima atlántico.
Resguardando el coqueto casco antiguo y visible desde numerosos puntos de la localidad, se alza la iglesia de San Miguel. Su llamativa torre, el porche neoclásico y la piedra gris azulada forman parte de la estampa cotidiana de Leitza. A sus calles asoman grandes casas con tejados a dos aguas, balcones de madera y grandes aleros. Tampoco faltan las viviendas con entramado de madera y los edificios de porte señorial. A este tipo pertenece la Casa Consistorial. Un alzado en piedra gris azulada con porche, terraza y escudo rococó.
Leitza destaca además por ser cuna de deportistas de renombre como los pelotaris Abel Barriola y Onaitz Bengoetxea, así como por su estrecha relación con el deporte rural. Una práctica que pretende homenajear la vida cotidiana de antaño y los esforzados trabajos de la tierra. Nombres como el de Mikel Saralegui o Iñaki Perurena son recurrentes cuando se habla de harrijasotzailes (levantadores de piedra). Precisamente, Iñaki Perurena ha creado un museo dedicado al mundo de la piedra, Peru-Harri.